jueves, 23 de diciembre de 2010

Asteroide B-612

(Los niños le escriben cartas a Santa Claus, al Niño Jesús o los Reyes Magos. Yo no)

Querido asteroide B-612:

Antes que nada, deseo que sigas dado vueltas por ahí, y que no te hayan destruido los baobabs. Sé lo peligrosos que son.

Luego quisiera preguntarte si un niño de cabellos dorados, rubio como el sol, de voz melodiosa y que jamás olvida una pregunta, habita allí. La última vez que que tuve noticias de él, dijo que volvería ahí. Si es así, supongo que se reencontró con su rosa, a la que amaba profundamente. Él siempre hablaba muy bien de ella. Confieso que llegué a sentir celos de esa rosa, de lo mucho que la amaba ese niño. Jamás he conocido un amor así.

También me gustaría que me contases del cordero. ¿Se come a los baobabs y los arbustos? Él tenía una gran urgencia que lo hiciese, pero siempre tuve la duda. He querido pensar que ha cumplido con su trabajo, pero a veces me asalta la duda.

Te cuento que un día vi a un zorro pasear por mi jardín. Parecía estar muy triste, porque arrastraba la cola y tenía la mirada un poco empañada. No me atrevo a aseverarlo, porque de repente salió corriendo. Pensándolo bien, era jueves. Ese día los cazadores salen a bailar con las chicas del pueblo y él puede comerse alguna galllina. Así lo han domesticado.

A veces, cuando miro al cielo, creo ver un borracho, un rey o farolero, pero son tan fugaces esas visiones que no sé si son producto de mi imaginación.

Si el cartero no se equivoca y esta carta llega a ti, te agradecería que le pidieses al Pequeño Príncipe que se diese una vuelta por la Tierra. Quisiera escuchar su risa en vivo. Gracias.

Atentamente,

Una niña que no sabe ser adulta

viernes, 17 de diciembre de 2010

20 años después

Esta es la carta que quisiera escribir en 20 años:

Querido:


(Ni siquiera sé cómo comenzar esta carta)


Hola, ¿Cómo estás? Espero que bien. Me han contado que la vida ha sido indulgente contigo y eso me alegra. Sé que la última vez que hablamos las cosas no terminaron bien. Luego, me marché de Venezuela y no quise saber más ti. Obviamente me llegaron algunas noticias tuyas, pero nunca quise indagar mucho. Me enteré que habías intentado saber de mí, pero nunca dejé que siguieses la pista. 


Debo confesarte que a veces sueño contigo. Desde este lado del mundo, las cosas se ven muy distintas. Las primaveras son hermosas, pero los inviernos devastadores. Siempre vuelves a mi memoria en los momentos más obvios: con la comida china, con el olor de los hospitales, en la letra "a", la torre Eiffel... Pero también hay cosas insospechadas que te traen de vuelta, como el olor de las lavandas, el sabor de la miel, las rosas rojas, los palíndromos... Y las fresas, sobre todo las fresas.


No me preguntes porqué te escribo esto, porque en realidad ni yo misma lo sé. Sólo espero que con quien estés, seas muy feliz. Quizás habrás escuchado que finalmente me dedico a lo único que me gusta: Escribir. Vivo de y para ello. Después de dar muchos tumbos, y luchar contra cualquier cantidad de obstáculos, incluyéndome a mí misma, pude encontrar la paz entre las letras. La biblioteca reina en medio de la sala, con un aire silente y superior, esperando todas las noches que hurte alguno de sus tesoros, porque por increíble que parezca, después de una larga jornada luchando con las palabras lo único que quiero hacer es leer... Admirar a los que siempre me han inspirado.


Quiero creer que esta carta tocará tus manos. Aquí entre nosotros, estas han sido las líneas más duras que he escrito en todos estos años. Me he peleado hasta con las comas, pero espero que estas escuálidas letras lleguen hasta tus pupilas. Cruzo mis dedos por que esta dirección esté bien.


Creo que es el momento de despedirme. Que hayas sido muy feliz y que lo sigas siendo.


Te ama, P