(Los niños le escriben cartas a Santa Claus, al Niño Jesús o los Reyes Magos. Yo no)
Querido asteroide B-612:
Antes que nada, deseo que sigas dado vueltas por ahí, y que no te hayan destruido los baobabs. Sé lo peligrosos que son.
Luego quisiera preguntarte si un niño de cabellos dorados, rubio como el sol, de voz melodiosa y que jamás olvida una pregunta, habita allí. La última vez que que tuve noticias de él, dijo que volvería ahí. Si es así, supongo que se reencontró con su rosa, a la que amaba profundamente. Él siempre hablaba muy bien de ella. Confieso que llegué a sentir celos de esa rosa, de lo mucho que la amaba ese niño. Jamás he conocido un amor así.
También me gustaría que me contases del cordero. ¿Se come a los baobabs y los arbustos? Él tenía una gran urgencia que lo hiciese, pero siempre tuve la duda. He querido pensar que ha cumplido con su trabajo, pero a veces me asalta la duda.
Te cuento que un día vi a un zorro pasear por mi jardín. Parecía estar muy triste, porque arrastraba la cola y tenía la mirada un poco empañada. No me atrevo a aseverarlo, porque de repente salió corriendo. Pensándolo bien, era jueves. Ese día los cazadores salen a bailar con las chicas del pueblo y él puede comerse alguna galllina. Así lo han domesticado.
A veces, cuando miro al cielo, creo ver un borracho, un rey o farolero, pero son tan fugaces esas visiones que no sé si son producto de mi imaginación.
Si el cartero no se equivoca y esta carta llega a ti, te agradecería que le pidieses al Pequeño Príncipe que se diese una vuelta por la Tierra. Quisiera escuchar su risa en vivo. Gracias.
Atentamente,
Una niña que no sabe ser adulta