miércoles, 30 de diciembre de 2009

lunes, 28 de diciembre de 2009

Ella - primera parte

Él la miró y no podía creerlo. Era ella. Después de tantos años, la encontraba, así como si nada, como si el tiempo jamás hubiese pasado.

"Jamás pensé en verte de nuevo", pensó. "¿Será que me acerco?" dudó. Sus pies vacilaron, porque las órdenes eran confusas. Una parte de sí quería ir tras ella, mientras que otra le suplicaba que saliera corriendo en la dirección contraria.

Decidió hacerle caso a la primera parte. Fue tras ella, pero sin que se diese cuenta. La persiguió un par de cuadras, a una distancia prudente, de modo que ella no sintiese el seguidor furtivo que iba tras ella.

A veces aceleraba el paso, y a él le costaba mantenerla a la vista, pero en esos casos redoblaba el esfuerzo, y lograba seguirle el rastro.

Hubo un momento en el que ella se paró a ver un aparador, y como él no se dio cuenta siguió caminando. Cuando se dio cuenta de que ya no iba tras ella, se devolvió, en un intento por conseguirla de nuevo.

"¿¡Dónde estás!? ¡Maldita sea!". Se paró en mitad de la calle, mirando a ambos lados, cruzando los dedos, queriendo encontrarla de nuevo.

De repente, la volvió a ver, y venía directo hacia él. "¡Debo esconderme!", pensó, pero ya ella venía muy cerca. Lo único que se le ocurrió fue arrodillarse en el suelo, y fingir que se ataba los cordones de los zapatos.

Ella le pasó por un lado, si tan siquiera notar su presencia. "Lo logré... Casi me descubre".

La persiguió un par de calles más, y comenzó a cuestionarse sobre cuál sería el destino final de ella. Dobló en una calle a la derecha, y eso casi lo confunde, porque giró muy rápido, pero logró notarlo a tiempo.

Al poco tiempo de haber cruzado en esa calle, entró a un local. "¿Será que si entro, me verá?", se preguntó.

Pasó por el frente de las vidrieras, sólo para intentar ver la disposición del lugar. Notó que era un lugar amplio, y que estaba lleno de gente, así que las probabilidades de que ella lo viera eran bajas.

Entró, y se puso en la cola de la caja para comprar un ticket. Sólo pediría un café.

Una vez que tuvo su café en la mano, oteó el lugar a ver dónde estaba ella. Una vez que la encontró, se sentó un par de mesas más atrás de ella, de modo que él le veía la espalda.

Decidió que esperaría a ver quién la acompañaba. Al poco tiempo, llegó un hombre a su mesa, quien la saludó con un beso en los labios.

"Así que eres feliz... Bueno, nunca te deseé el mal. Espero que consigas en él lo que no encontraste en mí". Meditó un rato, mientras los veía conversar amenamente, a la par que se regalaban tiernas caricias.

"Ojalá seas verdaderamente feliz. A pesar de todo, jamás te podré desear el mal, porque siempre serás la mujer de mi vida", pensó finalmente.

Luego, se levantó, y se fue. Salió del local con una extraña felicidad, sin importarle ya si ella lo veía o no.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Una tarde en la librería

Apenas crucé las puertas de esa conocida tienda, tuve de nuevo esa sensación tan conocida. Disponía de una cantidad determinada de dinero para escoger mi mayor vicio... Un libro. El dinero no era una limitante, porque en realidad lo que hacía era poner el reto más interesante. Y mejor aún, tenía todo el tiempo que me quisiera tomar, porque no había nadie presionando ni apurando mi decisión.

Inmediatamente me dirijo a la sección en la que suelo encontrar las cosas que más me gustan. Mis dedos comienzan a recorrer el lomo de los libros que se encuentran apiñados unos contra otros. Eventualmente hay un espacio, que indica que allí alguna vez hubo un libro, pero que ya alguien lo adoptó.

Encuentro un título que me es familiar, porque hace un tiempo lo quería. Le miro el precio. Corro con suerte porque entra en mi presupuesto. Lo tomo entre mis brazos, y sigo curioseando los estantes.

Al poco tiempo, encuentro otro que me llama la atención, sólo que esta vez no lo había escuchado anteriormente. Lo saco de su lugar, y leo la reseña en la parte posterior. Me gusta, ahora tengo que verle el precio. Excelente, me alcanza. También lo tomo.

Paso a otro estante. Un autor francés me llama la atención. Nunca había leído alguna obra de él antes, pero me parece haber leído algo en internet. ¡Internet! ¡Obvio! Busco mi celular, y aprovechando para bien la tecnología, lo busco. Leo rápidamente una pequeña biografía, y encontré la razón del porqué me parecía familiar, había visto una película basada en otro de sus libros. Me fijo en el precio, y también está dentro de mi presupuesto. Lo pongo junto a los otros dos.

Sigo recorriendo los pasillos, y me tropiezo con dos personas que hablaban de yoga, y veían un libro del tema. No es un tema que me agrade, así que los ignoro.

"Filosofía", leo en una sección. "Bueno, no es algo que normalmente consultaría, pero nada pierdo con ver", pienso. Comienzo a revisar los títulos, y hay uno que se basa en la televisión. Platón explicado a través de Los Sopranos. Me hace mucha gracia la idea, y lo reviso un poco. Me pareció interesante, pero lo dejé en su sitio. "Otro día, hoy tengo otra clase de antojos".

Noto que una vendedora me "persigue". "¡Qué fastidio! Siento que le molesta que esté acá... Bueno, mala suerte para ella, no me importa". Decido ignorarla.

Biografías, Cocina, Ingeniería, Esoterismo, Fotografía y Cine... Reviso más secciones, pero lo hago más superficialmente. Volví a encontrarme con las dos personas que revisaban cosas de yoga.

Me parece que es el momento de irme. Me toca decidir... El primero que dejo es el último que agarré, el del autor francés. Miro los otros dos. "¿Qué hago? ¡Me gustan los dos! ¿Será que hago tín marín?"

No, vamos a pensar bien... Finalmente me decido por el primero que tomé. Voy a la caja, feliz con mi elección, pago, y salgo.

¿Pérdida de tiempo? No. Jamás entre libros se pierde el tiempo.

Al marcharte

Cuando te marchaste, dejaste trozos de tus labios por toda la casa.

Arreglaste una maleta, pero realmente la llevaste vacía, porque todos los recuerdos me los quedé yo.

Había pedazos de piel, invisibles para el resto de los mortales, pero que yo los veía ensuciar las baldosas.

Te fuiste sin irte, porque de cierta manera te quedaste.

Dejaste tus huellas, tus manos impresas en mi espalda, tu cuerpo marcado en tu lado del colchón, media botella de tu vino favorito en la nevera, tus sueños guardados en tu almohada que olvidaste…

Te fuiste sin irte, porque de cierta manera te quedaste.

Fuiste dejando marcas por toda la casa que jamás podré borrar, porque en realidad no están, sólo existen en mis recuerdos.

No existes, antes sí, pero ahora no.

Tú y tus desayunos de los domingos a media mañana, tus boleros de antaño, tus camisas de rayas, tus manías, tus cigarrillos fumados en la terraza a la luz de la luna y a la vista de las estrellas… Tú y tus cosas.

¿De qué vale recordarte si ya no estás? ¿O acaso en realidad te quedaste?

Porque aún tu aroma me despierta a media noche; sigo escuchando tus pasos acercarse tras la puerta, siento que me besas en el cuello; que al despuntar el alba, me rozas los labios; que tus manos rozan las mías; que sigues ahí.

Estás sin estar, me acompañas desde algún lugar incierto, escucho tus ecos desde la cercanía de un sueño.

Te fuiste sin irte, porque en realidad te quedaste.