miércoles, 27 de enero de 2010

Ella - novena parte

Pero ella no era tan valiente. Tres semanas después y no se había atrevido ni a hablar con su otro él, ni a huir. Él la llamaba miles de veces al día. Ella le contestaba pocas veces, sólo cuando su otro él no estaba cerca.

(...)


Su teléfono suena. Ella mira el número, y no contesta.

-Vida mía, ¿Por qué no contestas?

-Es alguien fastidioso de la oficina.


-Pero contéstale de una vez, y así te deja de llamar.


Ella se puso un poco nerviosa.

-No, tranquilo. Ya se cansará-le respondió ella, esperando que no fuese así.


(...)


Miércoles.

"Positivo"

Ella sintió que se desmayaba.

(...)

Viernes. Por SMS
.

Él: Necesito verte. Te extraño. Te necesito.


Ella: Yo también. Necesito decirte algo demasiado importante.


Él: Dime.

Ella: No puede ser por acá.

Él: ¿Dónde y cuándo nos vemos?

Ella: Mañana. Tu casa.


Él: ¿Volverás a la casa de tu mejor amiga?


Ella: No me da risa. Las cosas no están para bromear.


Él: No me asustes.


Ella: Creéme que la más asustada soy yo.


(...)


-Vida mía, ¿Qué te pasa? Últimamente te noto muy callada desde hace unos días.

Era domingo, y como era costumbre, desayunaban en la cama. Ella no le respondió nada.

-¿Amor?

-¿Dime? Disculpa estaba distraída-le respondió ella saliendo de su ensimismamiento.

-Te preguntaba sobre lo qué te pasaba. ¿Ves? Vives en una nube.

-No es nada, no te preocupes.

-¿Segura?-tomó su mano. -Sabes que te puedo ayudar en lo que sea. Siempre lo intento. Tú sólo dime.

"Dios mío, no merezco a este hombre. Es demasiado para mí", pensó ella.

-Segura, todo está bien-le dijo ella sin creerse ni una palabra de lo que decía.

(...)

Sonó el timbre. Él salió corriendo, apurado por abrir la puerta. Sabía que era ella. La puerta se separó de su marco, y la reveló justo ahí, parada, esperándolo. Él tuvo que contener sus ganas de abrazarla con todas sus fuerzas, porque ella se veía bastante consternada.

-Pasa-fue lo único que se atrevió a decirle.

Ella entró. Ambos se sentaron en la sala. Ella seguía sin pronunciar palabra alguna.

-¿Té?-le ofreció él.

Ella negó con la cabeza.

-Tengo algo que decirte. Es muy serio.

-Dime. Mientras más lo pienses, más te costará.

Ella titubeó. No sabía por donde comenzar.

-Estoy embarazada-le soltó sin ningún preámbulo.

Él sentía que el alma se le salía del cuerpo. No sabía qué decir...

-¿Estás segura?-le preguntó con un hilo de voz.

-Sí, me hice la prueba-le contestó con la voz entrecortada, que revelaba que estaba a punto de llorar.

-¿Es mío o de él?

Esa era la pregunta clave. Determinaría todo el futuro...

lunes, 18 de enero de 2010

Ella - octava parte

La cerradura cedió al él introducir la llave. Ella estaba parada detrás de él, nerviosa. Sabía que sería una larga noche.

-Pasa. Siéntete como en tu casa-le invitó él.

Las 4 últimas palabras quedaron retumbando en sus oídos. En teoría, esa sería su casa si se hubiesen casado como estaba previsto.

Ella entró tímidamente, y se sentó en la sala. Él pasó directamente a la cocina.

-¿Quieres té?-le preguntó él.

"¡Wow! Aún se acuerda que no me gusta el café sino el té", pensó ella. Antes que pudiera responderle, él la interrumpió en sus pensamientos:

-Tengo miel y limón, ¿Todavía te gusta así?

Ella no sabía qué responderle. Estaba entre sorprendida y conmovida.

-Sí, así está bien-le contestó ella con un hilo de voz.

(...)

Se tomaron sus tazas de té en perfecto silencio. Nada rompía la atmósfera de quietud que los rodeaba. El líquido parecía haberse evaporado, se acabó muy rápido.

-Bueno, estoy esperando qué hables-dijo él, rompiendo con el silencio.

-¿Qué quieres que te diga?

"Que me amas", pensó él.

-Todo -hizo una pausa-. ¿Por qué cambiaste de idea? ¿Acaso nunca piensas bien la respuesta cuando te proponen matrimonio?-le dijo él, mientras "hablaba por la herida". Una herida que creyó curada, pero que ahora descrubría recién abierta.

-En ese momento estaba segura de amarlo, de verdad que sí. No tenía duda alguna.

-¿Y cuándo yo te lo propuse?-le interrumpió él.

Ella se debatía entre decir la verdad o decirle una metira. Decidió que ese, justo ese, era el momento de sincerarse, de una vez por todas.

-También te amaba, pero luego todo se deterioró.

Su mirada era vacía. Él sabía que ella tenía razón.

-¿Y con él? ¿Qué pasó?-preguntó, tratando de desviar el tema.

-Con él, me pasaste tú...-Hizo una pausa-. Ese día en el café, me cambiaste la vida. Sólo al verte, me di cuenta que tú eres la persona con la que quiero estar.

Él tragó grueso. Jamás pensó que ella le diría eso.

-¿Qué harás entonces? ¿Le destruirás la vida?

-No, huiré.

-Eso sería peor. Dejarlo sin explicación alguna. Te odiará.

-Es lo menos que me merezco. Sólo con pensarlo, ya siento que lo traiciono.

(...)

Suena el celular de ella.

-¡Hola vida mía! ¿Cómo estás?-lo saludó ella, con la mayor naturalidad que pudo.

-¡Mi amor! Al fin contestas... Llevo rato intentando hablar contigo. ¿Dónde estás?

-En casa de mi mejor amiga-mintió rápida y descaradamente. -Me quedaré a dormir, ¿Está bien?

-Sí vida, no hay problema. Pero por favor, no te me pierdas así. Me asusté mucho, pensé que te había pasado algo malo.

-No te preocupes, nos vemos mañana.

-Hasta mañana, vida mía. Te amo.

-Yo también-le dijo ella, con un peso en el alma.

(...)

De repente, estaban los 2 metidos en su cama.

-Esto está mal-le dijo él.

-Eso lo podemos dicutir en la mañana. Deja que amanezca y veremos.

(...)

Ella se despertó, y estaba acostada sobre su pecho. Él dormía plácidamente. Ella se sentó en la orilla de la cama, y comenzó a llorar. Él se despertó con sus sonidos.

-¿Por qué lloras?-le preguntó a la vez que la envolvía con sus brazos.

-Porque no sé qué hacer con mi vida. Te tengo a ti, aquí; pero él está allá. No se lo merece. No ha hecho nada más que amarme.

-Debes hablar con él esta noche.

-¿Tan rápido?

-¿Qué más vas a esperar? ¿El día de la boda? ¿Dejarlo en el altar?

-¿Y después que le diga qué pasará? ¡Me abandonará, me echará de la casa!

-No te estreses. Vamos un paso a la vez.

(...)

Ella llegó a su casa vestida con la misma ropa del día anterior.

-¡Vida mía! Al fin llegas. Te extrañé tanto.

Le dio un abrazó, y olió su cuello. Raramente no percibió el olor de ese otro hombre que la había amado la noche anterior.

"No le puedo decir nada. Lo mejor será que huya", pensó ella mientras contenía una lágrima que bailaba en la cornisa de su ojo derecho.

jueves, 14 de enero de 2010

Ella - séptima parte

Él la envolvió entre sus brazos momentáneamente. Al separarse, no sabían qué decirse.

-Esto no tuvo que haber pasado- dijo ella.

Él sintió que el corazón se le iba a los pies.

-¿Por qué lo dices? No te comprendo...-hizo una pausa-. Primero, me traes acá bajo una mentira...

-Qué tú sabías que no era cierto- le interrumpió ella.

-...Luego-siguió él sin hacerle caso a lo que le dijo-, me pediste que impida tu boda, no sabes explicarme el porqué, te pones a llorar... Finalmente me besas, para después decirme que no tuvo que haber pasado. Entonces dime, ¿Por qué no te quieres casar? ¿Qué estabas pensando cuando aceptaste? ¿Por qué cambiaste de opinión?

Ella estaba callada. Miraba al suelo, era incapaz de encontrarse con sus ojos.

-Respóndeme- le ordenó él.

"Porque te ví, porque renació mi amor por ti, porque me di cuenta que mi destino siempre estuvo contigo y lo torcí... ¡Maldita sea, lo torcí! ¿Será que es muy tarde para decirle que lo amo? ¡TE AMO! ¡TE AMO CON TODAS MIS FUERZAS!", pensó ella, sintiendo que cada palabra empujaba un poco más el puñal que pesaba sobre su corazón desde aquella tarde en que lo había visto en el café.

"¿Qué estás pensando? ¡Por Dios, mata esta duda! Necesito saberlo todo... ¿Por qué estamos aquí? ¿Acaso tú me amas aún? Quisiera confesarte en este momento yo sí... " pensó él mientras veía cómo los pensamientos de ella se agolpaban en la punta de su lengua.

-Si no tenemos más nada qué decirnos, entonces lo mejor será que nos vayamos. Cada quien por su lado, y no volver a pensar en el otro más nunca... Seguir nuestros caminos, sin más nada qué decirnos.

Era su forma de despedirse, era su último intento para lograr que ella dijese lo que sentía, su salida de emergencia. Se dio la espalda, y comenzó a caminar lentamente en la dirección contraria a ella.

-¡Espera!- le dijo ella-. No podemos dejar esto así, tenemos que hablar. Debemos sacarnos todo lo que tenemos por dentro.

Su corazón dio un brinco. Quizás, y sólo quizás, ella lo amará a él como él la amaba a ella, y por eso insistía tanto en hablar con él.

-Está bien, pero debemos irnos. Anochece, y esta conversación es larga. No podemos quedarnos aquí. ¿Tu casa o la mía?

-La tuya.

Tomó de su mano, y fueron juntos hasta la parada de taxi que quedaba cerca de la salida del parque, mientras el sol perdía la batalla diaria de esa hora contra la luna.

(...)

Su otro él, la llamaba insistentemente al celular. Ya habían pasado un par de horas desde que había salido de casa, y no tenía idea de dónde estaba. Comenzaba a preocuparse.

(...)

El camino a su casa le pareció surrealista. El taxista los miraba por el espejo retrovisor, y le pareció que miraba a una pareja marcharse a casa después de un día de paseo en el parque. Cuánto pueden engañar las apariencias.

Ella parecía dormitar sobre su hombro, mientras que él jugaba con su cabello. Él se besó los dedos índice y medio, y depositó ese beso sobre los labios de ella.

(...)

-Llegamos-le susurró él a su oído, cuando ya estaban frente al portal de su casa.

Ella despertó suavemente, y lo miró a los ojos. "Es ahora o nunca", pensó. Con esas palabras en mente, se bajó del taxi junto con él.

Iba a ser una larga noche.

martes, 12 de enero de 2010

Ella - sexta parte

-¿Quién te dijo a ti que yo era infeliz?- le preguntó él, con un tono un tanto alto.

-Tú, tu mirada... Todo, simplemente todo.

De nuevo el silencio.

-Respóndeme algo, ¿Qué hacías ese día en el café?

Él se quedó en blanco. La verdad se le antojó inconfesable.

-¿Crees que eres la única que puede entrar ahí? Es un sitio público. Fue una mera coincidencia.

-No creo en las coincidencias.

-Acéptalo, fue una mera coincidencia-mintió él.

Más silencio.

-Dijiste que querías reconciliarte con tu pasado. Mentiste. Quieres que impida tu boda. ¿Por qué yo?- la desafió él.

Ella se debatía internamente, porque no sabía que respuesta darle.

-Aún no te lo puedo decir...

-Definitivamente debes de estar loca. Quieres que impida tu boda, y ni siquiera me dices porqué yo...-le dijo él, guardando la esperanza de que ella confesara que era el amor de su vida.

-Es que... -respiró hondo. Se sentía nerviosa. -Creo que no debí haberte dejado ir... Quizás debimos haberlo intentado... Quizás...

Se quedó callada. Ella jugaba nerviosa con sus dedos, mientras que él esperaba que ella siguiera. Ahora comenzaba a sentir mucho calor. Tenía ganas de abrazarla, y decirle que se escaparan en ese momento, dejando todo atrás. Quería besarla hasta que sus labios sangraran... Pero por encima de todo, deseaba estar con ella.

-¿Quizás qué?-le preguntó, fingiendo cada vez con mayor dificultad indiferencia.

-¡No lo sé!- explotó ella. Se puso las manos en la rostro, ocultando con ellas la gama de emociones que cruzaban por él.

Él sintió una debilidad por ella increíble. Odiaba presionarla, pero lo que ella le pedía era la salida fácil para sí misma, y él no podía permitírselo. Ella, y sólo ella, era la que tenía que enfrentar su situación.

-Me dijiste que lo amabas, ¿No?- le preguntó él en un tono mucho más suave que el que había utilizado en el resto de la conversación, mientras intentaba apartarle las manos de la cara.

-Sí- contestó ella con una voz que delataba que estaba a punto de llorar.

-Por ese amor que dices que le tienes debes hacerlo tú misma. Debes explicarle todo esto...

Una lágrima rodó por su mejilla, y él la abrazó. Allí, tan próximo a ella, sintió que quería quedarse con ella así, el resto de sus vidas; permanecer en un nudo de brazos que no les permitieran nunca más alejarse.

Ella tenía su cabeza clavada en su cuello, y de pronto percibió su perfume, ese olor de hombre fuerte que le encantaba y la hacía sentirse segura.

Fue trazando con su nariz un camino invisible en su cuello, y sintió el efecto adormedor que sabía que le causaría. Separó su cabeza de su hombro, quedando frente a él. Él tenía los ojos cerrados, pero los abrió en tanto sintió el cambio de posición de ella.

Ella se hundió en sus profundos ojos negros, y él se perdió en el mar azul infinito de los de ella. Ambos sostuvieron la mirada, para luego cerrar los ojos, y en medio de aquel vendaval de emociones, darse un beso... El más dulce, el más tierno, el más esperado... El que habían necesitado deste hacía tanto tiempo, pero que se negaban a sí mismos.

domingo, 10 de enero de 2010

Ella - quinta parte

Un parque en el este de la ciudad, las 5 de la tarde. Las campanas de la catedral dan cinco repiques lejanos, etéreos.

Él estaba sentado en un banco, cerca de la fuente. Había pensado en traerle margaritas, pero luego se dio cuenta que no sería adecuado. Haría que la situación fuese un tanto más incómoda de lo que ya era. Incluso vestirse le había costado trabajo, pese a que él normalmente no le prestaba mucha atención a lo que se ponía.

Decidió esperarla hasta las 5:15, ni un minuto más ni uno menos. No le daría el lujo de permitirle llegar más allá de lo razonablemente tarde.

"Este encuentro es un error. Es querer remover el pasado, o buscar lo que no se nos ha perdido. ¿Será que me voy?", pensó. Consultó su reloj, y apenas marcaba las 5:05. Aún quedaban 10 minutos, según lo que había pactado consigo mismo.

(...)

"¡Ahí está él!", pensó ella, mientras lo veía desde la distancia. Inhaló y exhaló profundamente, y se acercó con grandes zancadas a él.

Él la veía venir, y sintió como todo en su interior se encogía. Comenzó a revivir tantas cosas dentro de sí, que ya no estaba seguro si quería seguir allí parado, mientras ella se acercaba.

Ella sentía que cada paso que daba, era un paso que se alejaba de su mundo seguro y cómodo.

Finalmente, estaban muy cerca de estar cara a cara, y ninguno de los dos estaba soñando. Había pasado mucho tiempo desde aquél día en que se habían conocido; y ambos podrían jurar que todo y, al mismo tiempo, nada había cambiado.

Las circunstancias eran iguales, ella se acercaba y él nervioso la esperaba; pero también eran distintas, porque nada era nuevo, había demasiada historia entre ellos... Porque ambos ya sabían que el otro era el amor de sus vidas, pero no estaban seguros que el contrario sentiese lo mismo.

"Se ve preciosa", pensó él. "Esa mujer siempre se ve linda".

"Me está esperando... ¿Qué estará pensando?", se preguntó ella.

(...)

-Hola- susurró ella.

-Hola.

-Tanto tiempo...

-Aquí me tienes. ¿Qué me quieres decir?

"Que te amo... Que nunca debí haber dejado que te fueses...", pensó ella, dolorosamente. Jamás imaginó que se atrevería a formular ese pensamiento después de todo el tiempo que había pasado.

-No estoy segura- mintió.

-Eso no es cierto. Tienes ese brillo en la mirada... No olvides que te conozco.

Se sintió desnuda, desarmada.

-Sentémonos-le propuso ella, tratando de desviar el tema.

-Mejor caminemos-le respondió él. Sabía que no aguantaría estar sentado al lado de ella. Tenía que descargar el estrés de alguna forma.

Comenzaron a caminar, y el silencio engullía las palabras de ambos.

-Habla o me voy- la amenazó falsamente él. Sabía que en ese momento era incapaz de alejarse de ella.

-Me casaré- espetó ella.

Él sintió que el corazón se le iba a los pies, y que el calor de su cuerpo se esfumaba por todos sus poros.

-¿Y qué quieres que haga? ¿Que vaya? ¿Que sea tu padrino?-le preguntó amargamente.

-No, eso no es lo que he venido a pedirte- tomó aire. -Quiero pedirte que lo impidas- le suplicó. Había practicado esa línea millones de veces, después de haber tomado la decisión en medio de largas noches de desvelo.

De repente, él sintió como si una estrella hubiese nacido en su pecho, irradiando el calor de mil soles dentro de él.

-No lo haré- le respondió él, tratando de aparentar indiferencia. -Esa decisión es tuya. Sólo tú tienes el poder de tomarla o no. Yo no soy quien para impedirte nada.

-Sí lo eres. Te estoy pidiendo que me secuestres de la infelicidad que llenará el resto de mis días.

-¿Acaso no lo amas?

-Porque lo amo, es que no quiero hacerle daño.

-Estás loca- le dijo. -No haré nada de lo que me pides.

-Debes hacerlo, ¿O acaso podrías vivir con el peso de que los dos fuésemos infelices?


miércoles, 6 de enero de 2010

Ella - cuarta parte

Marcar el número y llamar... Eso era TODO lo que tenía qué hacer, y aún así, no podía hacerlo. ¿POR QUÉ?

Sentía... ¿Miedo? ¿Pena?... No sabía definir exactamente lo qué le producía hablar de nuevo con él. Había comenzado a marcar el número varias veces, pero cuando le faltaban 2 ó 3 para terminar, se arrepentía. También se hacía una pregunta: ¿Sería buena idea llamarlo desde su teléfono? Porque entonces él tamién tendría su número...

Otra noche en vela tratando de decidir qué haría.

(...)

Un teléfono suena en medio de un gran desorden, y él no lo consigue. Sigue repicando, y él comienza a desesperarse. Deja de sonar, y 2 segundos después, él lo tiene en sus manos. No reconoce el número, y lo deja así.

(...)

"Última vez que lo llamo. Si no atiende, es porque no está en el destino que nosotros hablemos", pensó ella, con el teléfono en la mano.

Marcó los números que ya se conocía de memoria, de tanto que los había visto en los últimos días.

Tuuuu... (Silencio) Tuuuu... (Silencio) Tuuuu... (Silencio) Tuuuu... (Silencio)

Cuando estaba a punto de colgar, una voz contestó al otro lado:

-¿Sí? Buenas tardes.

Ella se quedó paralizada al escuchar su voz, y no sabía qué hacer, si cortar la llamada, o conversar. ¿Sería él capaz de reconocerla?

-Buenas tardes, ¿Eres tú?

Él confirmó sus sospechas. Era ella, justamente ella, la mujer de su vida. Reconoció sin vacilar esa voz suave y melodiosa, que había escuchado hablar tantas veces en un pasado tan remoto, que ya casi le parecía que pertenecía a una vida anterior, una vida que ya no era la suya.

-Sí...-hizo silencio-. Y tú... Tú sigues siendo tú... ¿Cómo estás?

-Bien -mintió.

-¿Qué es de tu vida? ¿Qué haces en estos días?

-Trabajo, vivo, respiro... ¿Y tú?

-Más o menos lo mismo. ¿Cómo conseguiste mi teléfono? No es el mismo que antes.

-Me las ingenié un poco.

-¿Para qué llamas?

-Por nada, sólo para saber de ti -mintió de nuevo.

-No te creo. No me conseguiste fácilmente. No te tomarías la molestia si no fuese algo importante. Te conozco, nunca haces algo sin un motivo. -Su tono era bastante duro.

-Tienes razón -admitió ella-. Necesito verte.

-Pensé que no lo querías hacer más nunca.

-¿Por qué lo dices?

-No soy yo el que lo dice, lo dijiste tú la última vez que nos vimos.

-Eso fue hace mucho tiempo. He cambiado de idea.

-¿Por qué? ¿Por qué ahora? -le preguntó él con toda la intención que pudo. Sabía que esa llamada había surgido a raíz de ese "encuentro" en el café.

-Quiero hacer las paces con mi pasado -le dijo ella. No era del todo cierto, pero tenía una buena cuota de verdad.

-Ok -dijo él, fingiendo tragarse la excusa. -Pónle lugar, día y hora.

Ella no había pensado en eso.

-Veámonos en el parque dónde nos conocimos, el sábado a las 5, ¿Te parece?

Él lo meditó un poco.

-Está bien- aceptó finalmente.

-Bueno, sábado, a las 5 en el viejo parque. No lo olvides.

-No lo haré.

-Adiós, nos vemos.

-Nos vemos.

Colgaron.

(...)

Esa noche, ella no pudo dormir. La ansiedad la carcomía por dentro. Lo que nunca sospechó es que él sentía exactamente lo mismo.

lunes, 4 de enero de 2010

¿Por qué Vino para Dos?

Revisaba mentalmente una serie de ideas, y me dí cuenta que jamás había explicado el porqué de que este blog es un "vino para dos". Bueno, mejor tarde que nunca, ¿No?

El título vino a raíz de la historia qué imaginé para explicar la razón por la cual una persona anónima decidía abrir un blog para contar pequeñas historias. Ahí les va, por sí les interesa saber la razón del nombre de ese blog, que nada tiene que ver con licor:

Era una fresca noche de verano en el centro de París, y ella estaba sentada en su pequeña terraza, tomándose una copa de opporto.

A lo lejos, escuchaba la típica bulla del caos veraniego de las noches parisinas. La gente aprovechaba el clima para salir, compartir y caminar por las calles, pero ella esa noche no estaba de humor para eso. Simplemente los veía pasar de un lado a otro.

Sintió que tenía ánimos de crear algo, pero ¿Algo cómo qué? "¿Un cuadro? No tengo ni un pelo de pincel... ¿Fotografías? Soy muy amateur para ello...", se preguntaba y contestaba ella misma.

"¿Alguna historia nueva?". Sonrió de medio lado. Su pasión secreta era escribir. En su laptop, había miles de páginas creadas por ella, sin más destino que el disco duro, pero, ¿Y si comenzaba a publicar? Ya era el momento de comenzar a dejar el anonimato, ¿No?

Tomó su computadora, la llevó a la terraza y la apoyó sobre la pequeña mesa que estaba allí, justo al lado de la copa de vino. La encendió, y comenzó a soñar con personajes y hechos nuevos, cosas que nunca había relatado. Se convirtió en un pequeño y breve, pero bello, poema.

Cuando puso el punto final, se sintió orgullosa de su más reciente creación. "¿Qué haré ahora contigo? ¿Guardarte? ¿Uno más para la colección?"

Tomó un sorbo de su copa, cuando se le ocurrió una idea. "¡Crearé un blog!". Si la gente lo leía bien, sino, igual ella podía tener la falsa sensación de que al menos alguien más se enteraba de lo que ella pensaba.

La copa se le acabó, y se sirvió un poco más. "Por mi nuevo blog", brindó mentalmente. y se la tomó completa Luego sirvió otra, y lamentó no tener a alguien al lado con quien compartir ese momento... ¿O sí?

Imaginó ese "alguien" que posiblemente leería su blog en un futuro, y pensó cuánto le gustaría tenerlo "al lado" para compartir esa noche, esa luna, ese vino... "Brindo por ti también", y alzó su copa.

En ese momento, lo visualizó allí al lado de ella, con su respectiva copa en la mano. Tenía que servir "vino para dos". Se dio cuenta que ese sería el vino de su blog, porque cada vez que alguien lo leyese, sería cómo si se estuviese tomando una copa de vino con ella.

FIN

Y he ahí el porqué esto se llama así. Espero que les haya gustado la explicación.

domingo, 3 de enero de 2010

Ella - parte tres

Llegó al café y se persignó, sin saber porqué. Era una vieja costumbre que había aprendido de su mamá, y que repetía cada vez que se sentía insegura, pese a que se consideraba atea.

Entró con paso firme, e hizo pacientemente la cola que estaba al frente de la caja. Cuando llegó dónde estaba la cajera, corrió con suerte que no había nadie detrás de ella, porque duró un rato convenciendo a la chica:

-Buenas tardes señorita. Quería solicitarle una información- le preguntó con un tono que rondaba entre lo tímido y lo misterioso.

-Sí, dígame en qué puedo ayudarla- le respondió, llena de curiosidad. Normalmente la gente ni la saludaba, sino que simplemente le decía que iba a pedir, o le preguntaba cosas relacionadas con el café.

-Si yo te solito los datos de un cliente, ¿Tú me los podrías dar?

-¿Cuáles datos?

-Los que se dan para la elaboración de las facturas.

-Señorita, lo siento, esos datos sólo son para fines fiscales- le explicó, un tanto extrañada.

"Lo imaginé", pensó ella.

-Mira, lo que pasa es que ayer vino para acá alguien muy importante para mí, alguien a quien le perdí la pista. Necesito encontarlo de nuevo, y lo único que se me ocurrió fue pedir los datos de la factura -hizo una pausa-. Creéme que si no fuese tan vital, no te pondría en este aprieto.

La muchacha se mordió el labio, sin saber qué hacer. Estaba clara de cual era su "deber ser", pero de alguna manera, sentía empatía por esa mujer que le pedía un pequeño favor. Se debatía internamente sobre lo que le respondería.

-Pida cualquier cosa, y siéntese. En un rato, yo le mando la información. Déjeme anotado por aquí su número de identificación, y yo le doy el teléfono, ¿Le parece?

Ella no pudo evitar sonreír ampliamente.

-¡Claro! Gracias muchacha, no sabes el favor qué me has hecho.

Pidió algo sencillo, y se sentó a esperar que la chica le enviara... ¿El teléfono? ¿La dirección? ¿Que le iría a dar?

Intentó tomar un poco de pausa mientras sorbía pequeños tragos de café, pero debía confesar que la ansiedad la estaba matando. A los 10 minutos de estar ahí, una mesonera se acercó con una servilleta, se la entregó y se marchó antes que ella le diese tiempo de darle las gracias.

Temblorosa, abrió la servilleta, y entre sus pliegues se encontró unos números garabateados. Le había dado el teléfono. Miró a la cajera desde la distancia, y le dijo "gracias", de manera que ella le leyera los labios. Ella lo comprendió y le respondió con un simple guiño.

Se levantó, y se fue feliz, con el número entre sus dedos, ansiosa de llegar a casa, descolgar el teléfono y llamar.

viernes, 1 de enero de 2010

Ella - segunda parte

De repente, ella abrió los ojos. Había soñado de nuevo con él. ¿Había sido él el que había entrevisto rápidamente saliendo del café esa tarde, o alguien muy parecido? Imposible que fuese alguien "muy parecido", porque era muy él... Su forma de caminar, su reloj en la mano derecha, su aroma... ¿Su aroma, su reloj? ¿Acaso le había dado tiempo de ver todo eso o simplemente lo había imaginado? Realmente había sido muy rápido, pero ella estaba casi segura de que era él.

Cerró los ojos, intentando dormir, pero no pudo. Ahí estaban otra vez esos 30 segundos, repitiéndose una vez tras otra, sin parar, dónde lo veía a él, salir campante, golpeándole la cara con su perfume, ese que tanto conocía.

Comenzó a mirar al techo, y notó las mismas sombras de siempre. Volteó a la derecha, y ahí lo vio, impávido, con una sonrisa en el rostro, durmiendo como de costumbre. Desde que lo conoció, pensó que era él, el hombre que siempre había buscado, pero ahora dudaba.

¿Por qué ahora? ¿POR QUÉ JUSTO CUANDO NO HACÍA MÁS DE UNA SEMANA QUE ÉL LE HABÍA PEDIDO PASAR EL RESTO DE SUS VIDAS JUNTOS? Si no dudó en en ese momento, ¿Por qué lo estaba haciendo esa noche? "Maldito pasado", pensó.

Sin anunciarse, una idea centelleó en su cerebro. "Debo buscarlo. A él... Verlo a los ojos, y comprobar que ya no siento nada, que todo quedó atrás... ¿Pero cómo? ¿Cómo conseguirlo después de tanto tiempo?"

Le estuvo dando vueltas al asunto, sin tener muy claro como resolverlo. Viendo que no lograba dar con alguna solución, intentó dormir.

Pasó una media hora, y tampoco lo logró. "Si vuelvo al café, ¿Podría encontrar algo de él?", se preguntó. Tras meditarlo un poco, se dio cuenta de un detalle. "¡La factura!", exclamó en voz baja. Recordó que para dar el ticket con el que se pedía el despacho, solicitaban los datos. Pero había 2 problemas con eso: Que él hubiese dado información falsa; o que se negaran a darle esa información.

"Igual iré, y mañana resuelvo", pensó finalmente. Con este pensamiento, se sumió en un sueño tranquilo y negro, al lado del hombre al cual ahora dudaba amar...