lunes, 30 de agosto de 2010

15 días después

15 días. Me propuse tomarme 15 días en los que liberaría mi mente, en los que no pensaría en libros, ni en escritura... Ni en nada que tuviese que ver con letras. Tenía que haber supuesto que fracasaría. Debí haber adivinado el fracaso en el minuto en el que la intención se formó en mi cabeza. Era imposible que mi imaginación se quedara quieta, esa niña hiperactiva que incesantemente danza en mi cabeza, a velocidades tan inverosímiles que me cuesta seguirla. Esos 15 días resultaron ser un gran fracaso.

Comencé por inventar cuentos para distraer el mortal aburrimiento, y terminé por soñar con la realidad que no es real, la que sólo existe en mi cabeza, de la que he intentado huir un par de veces, pero a la que irremediablemente vuelvo.

Simplemente es cuestión de ni siquiera planteármelo de nuevo.

Por aquí les dejo un pequeño relato:

Para T, quien nunca se ha ido realmente

-Amiga te extrañé- le dije en medio de ese abrazo que no olvidaré jamás.

Ella había dejado las maletas tiradas en el suelo. El tren comenzaba a dar marcha a sus ruedas, dejando detrás de sí una estela de personas con su equipaje. No sé si el tiempo pasó rápido o lento, sólo contaba que finalmente me había reunido con ella.

-Vamos, tenemos mucho de que hablar- me dijo ella, mientras intentaba retomar todas las maletas que había soltado, pero no fue necesario. Yo tomé un par de ellas, y ella simplemente me lo agradeció con una sonrisa.

Tomamos un taxi hasta mi casa. Por el camino, íbamos conversando en ese lenguaje privado que sólo entienden quiénes lo han creado. Eso era el resultado de haber crecido juntas, nadie más podría ocupar en el corazón de alguna el lugar que ocupaba la otra.

-¿Café?- le pregunté una vez que estábamos sentadas en la mesa de mi cocina.

-Como siempre.

-Cuándo éramos pequeñas, no tomabas café, eso ha de ser nuevo.

-Claro que es nuevo... De hace 10 años para acá.

-Para el tiempo que llevamos conociéndonos, eso es poco. No me puedes pedir aún que lo recuerde.

Estallamos en carcajadas. Nos reíamos de algo que sólo a nosotras nos causaba gracia. Así éramos nosotras.

-¿Recuerdas el día en que te conocí?- le pregunté, mientras que lo reproducía en mi memoria.

-Vagamente- me respondió ella con la mirada perdida.

-Estábamos en 3° grado, y ese día tus "amiguitas" habían decidido ignorarte por alguna razón que no recuerdo. Me imagino que te sentiste tan sola, que decidiste hablarle a la niña rara del salón. Supongo que pensaste que si no te agradaba mucho, con ignorarla al día siguiente sería suficiente.

Sonrió. Creo que ella no recordaba haber pensado, pero conocía mi costumbre de poner palabras en los pensamientos de otra persona, así que no me hizo mucho caso.

-Y mira dónde estamos...- me contestó ella con una sonrisa medio socarrona. Yo también sonreí.

-De verdad que no me imagino que habría sido de mí sin ti- me atreví a confesarle.

-Te seguirías vistiendo sólo de negro horrible, y serías un "niño".

Ambas volvimos a reír francamente.

En ese instante comprendí que nuestra amistad era larga y fuerte, y que nada iba a cambiarla. Había evolucionado mucho desde aquél día en el que decidimos hablarnos cuando éramos unas niñas, pero ni el tiempo ni la distancia habían hecho mella en ella. Sin importar lo que pasase, siempre seríamos amigas. Ella es una de esas personas que me mantenían atada a la tierra, con sus consejos sinceros y oportunos. No la cambiaría por nada.

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