miércoles, 1 de septiembre de 2010

Llegó el cartero

Por algunos segundos, detesto la vida moderna y algunas de las facilidades que ella nos ofrece. Últimamente, le tengo cierto recelo a la mensajería insantánea; pero antes que alguien me tilde de loca y quiera internarme en un manicomio, deberían dejar que me explicase. Ciertamente nos facilita la vida y está acorde con la vorágine vertiginosa que es el mundo moderno, y nos permite ahorrarnos toneladas de dinero. Si no, pregúntenles a los hombres de negocios que hacen las reuniones vía Internet, en vez de tomar un avión y reunirse en persona. Eso me parece maravilloso, el planeta sufre menos porque se reducen los vuelos, etc, etc, etc... Esa no es la parte que atacaré.

Lo que me causa "recelo", como he dicho antes, es los cambios que eso ha impuesto en relacionarnos con el mundo. Todo es más rápido, y algunos dirán que puede ser mejor, lo cual no me atreveré a negar, pero... De pronto leo en alguna autobiografía (uno de mis géneros literarios favoritos) de cómo esa persona se mantenía (en algunos casos, aún lo hacen) en contacto con sus seres queridos por medio de cartas, y siento una pequeña envidia. Me parece muy romántico eso de esperar pacientemente el correo; una vez llegado, abrir el sobre; enterarse de las noticias, sin importar si son buenas o malas; ver los trazos de la caligrafía; pensar en la respuesta; ponerla en el correo; dudar si se habrá puesto en marcha; imaginar la cara de la persona que la recibe al leerla... No lo sé, hay algo de nostálgico en las cartas.

Un amigo, al que llamaré Alexander Supertramp, alguna vez me dijo lo siguiente:

La verdad tambien me pasa como dices que a uno le hace falta uno de estos (los mails), sin embargo hay algo que definitivamente encuentro como triste en escribir mails y eso tambien ha influido en el hecho que no he escrito mas en mucho tiempo...
Supongo que desde leí eso comprendí lo nostálgico que es escribir cartas, sin importar si son electrónicas. A pesar de esto, es algo que no puedo evitar amar; aunque sea en contracorriente a lo electrónico y a la velocidad del mundo actual. Si nos ponemos a ver, la percepción del tiempo nos ha cambiado tanto, que antes si no recibíamos noticias de alguien en meses era lo normal, luego pasó a ser días, después horas, y ahora son minutos... ¿O acaso alguien es capaz de negar que cuando no le responden algún tipo de mensaje en minutos, se pone nervioso?

Estamos imbuidos hasta la cabeza en estas velocidades inhumanas, tanto así que ya no nos tomamos para escribirnos, esa calma que se requiere para poner al tanto a otro de nuestras vidas. Nos conformamos con comunicarnos en tiempo real, y de saber todo al momento, sin estar conscientes que de esa manera no quedan rastros de nuestras conversaciones. Es así como mi generación no tendrá un paquete de cartas atados con una cinta para mostrarle a sus nietos, y eso me parece más triste que escribir una carta.

De esta falta de huella, confieso que me pasa un fenómeno un tanto particular: confundo los cuentos. Cuando retomo las conversaciones con mis amigos, me ataca la duda. "¿Fue ella la que cortó con el novio?" o "¿Él es que está saliendo con una Daniela?"; cosas como estas son las que comienzo a preguntarme, y por toda respuesta sólo obtengo una imagen de un remolino mental de historias: las de ellos, las mías y las que imagino.

En conclusión, creo que deberíamos intentar retomar eso de las cartas, a ver si así el mundo comienza a girar un poco más despacio, y si valoramos los momentos un poco más.

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