sábado, 26 de diciembre de 2009

Al marcharte

Cuando te marchaste, dejaste trozos de tus labios por toda la casa.

Arreglaste una maleta, pero realmente la llevaste vacía, porque todos los recuerdos me los quedé yo.

Había pedazos de piel, invisibles para el resto de los mortales, pero que yo los veía ensuciar las baldosas.

Te fuiste sin irte, porque de cierta manera te quedaste.

Dejaste tus huellas, tus manos impresas en mi espalda, tu cuerpo marcado en tu lado del colchón, media botella de tu vino favorito en la nevera, tus sueños guardados en tu almohada que olvidaste…

Te fuiste sin irte, porque de cierta manera te quedaste.

Fuiste dejando marcas por toda la casa que jamás podré borrar, porque en realidad no están, sólo existen en mis recuerdos.

No existes, antes sí, pero ahora no.

Tú y tus desayunos de los domingos a media mañana, tus boleros de antaño, tus camisas de rayas, tus manías, tus cigarrillos fumados en la terraza a la luz de la luna y a la vista de las estrellas… Tú y tus cosas.

¿De qué vale recordarte si ya no estás? ¿O acaso en realidad te quedaste?

Porque aún tu aroma me despierta a media noche; sigo escuchando tus pasos acercarse tras la puerta, siento que me besas en el cuello; que al despuntar el alba, me rozas los labios; que tus manos rozan las mías; que sigues ahí.

Estás sin estar, me acompañas desde algún lugar incierto, escucho tus ecos desde la cercanía de un sueño.

Te fuiste sin irte, porque en realidad te quedaste.

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