domingo, 10 de enero de 2010

Ella - quinta parte

Un parque en el este de la ciudad, las 5 de la tarde. Las campanas de la catedral dan cinco repiques lejanos, etéreos.

Él estaba sentado en un banco, cerca de la fuente. Había pensado en traerle margaritas, pero luego se dio cuenta que no sería adecuado. Haría que la situación fuese un tanto más incómoda de lo que ya era. Incluso vestirse le había costado trabajo, pese a que él normalmente no le prestaba mucha atención a lo que se ponía.

Decidió esperarla hasta las 5:15, ni un minuto más ni uno menos. No le daría el lujo de permitirle llegar más allá de lo razonablemente tarde.

"Este encuentro es un error. Es querer remover el pasado, o buscar lo que no se nos ha perdido. ¿Será que me voy?", pensó. Consultó su reloj, y apenas marcaba las 5:05. Aún quedaban 10 minutos, según lo que había pactado consigo mismo.

(...)

"¡Ahí está él!", pensó ella, mientras lo veía desde la distancia. Inhaló y exhaló profundamente, y se acercó con grandes zancadas a él.

Él la veía venir, y sintió como todo en su interior se encogía. Comenzó a revivir tantas cosas dentro de sí, que ya no estaba seguro si quería seguir allí parado, mientras ella se acercaba.

Ella sentía que cada paso que daba, era un paso que se alejaba de su mundo seguro y cómodo.

Finalmente, estaban muy cerca de estar cara a cara, y ninguno de los dos estaba soñando. Había pasado mucho tiempo desde aquél día en que se habían conocido; y ambos podrían jurar que todo y, al mismo tiempo, nada había cambiado.

Las circunstancias eran iguales, ella se acercaba y él nervioso la esperaba; pero también eran distintas, porque nada era nuevo, había demasiada historia entre ellos... Porque ambos ya sabían que el otro era el amor de sus vidas, pero no estaban seguros que el contrario sentiese lo mismo.

"Se ve preciosa", pensó él. "Esa mujer siempre se ve linda".

"Me está esperando... ¿Qué estará pensando?", se preguntó ella.

(...)

-Hola- susurró ella.

-Hola.

-Tanto tiempo...

-Aquí me tienes. ¿Qué me quieres decir?

"Que te amo... Que nunca debí haber dejado que te fueses...", pensó ella, dolorosamente. Jamás imaginó que se atrevería a formular ese pensamiento después de todo el tiempo que había pasado.

-No estoy segura- mintió.

-Eso no es cierto. Tienes ese brillo en la mirada... No olvides que te conozco.

Se sintió desnuda, desarmada.

-Sentémonos-le propuso ella, tratando de desviar el tema.

-Mejor caminemos-le respondió él. Sabía que no aguantaría estar sentado al lado de ella. Tenía que descargar el estrés de alguna forma.

Comenzaron a caminar, y el silencio engullía las palabras de ambos.

-Habla o me voy- la amenazó falsamente él. Sabía que en ese momento era incapaz de alejarse de ella.

-Me casaré- espetó ella.

Él sintió que el corazón se le iba a los pies, y que el calor de su cuerpo se esfumaba por todos sus poros.

-¿Y qué quieres que haga? ¿Que vaya? ¿Que sea tu padrino?-le preguntó amargamente.

-No, eso no es lo que he venido a pedirte- tomó aire. -Quiero pedirte que lo impidas- le suplicó. Había practicado esa línea millones de veces, después de haber tomado la decisión en medio de largas noches de desvelo.

De repente, él sintió como si una estrella hubiese nacido en su pecho, irradiando el calor de mil soles dentro de él.

-No lo haré- le respondió él, tratando de aparentar indiferencia. -Esa decisión es tuya. Sólo tú tienes el poder de tomarla o no. Yo no soy quien para impedirte nada.

-Sí lo eres. Te estoy pidiendo que me secuestres de la infelicidad que llenará el resto de mis días.

-¿Acaso no lo amas?

-Porque lo amo, es que no quiero hacerle daño.

-Estás loca- le dijo. -No haré nada de lo que me pides.

-Debes hacerlo, ¿O acaso podrías vivir con el peso de que los dos fuésemos infelices?


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