domingo, 3 de enero de 2010

Ella - parte tres

Llegó al café y se persignó, sin saber porqué. Era una vieja costumbre que había aprendido de su mamá, y que repetía cada vez que se sentía insegura, pese a que se consideraba atea.

Entró con paso firme, e hizo pacientemente la cola que estaba al frente de la caja. Cuando llegó dónde estaba la cajera, corrió con suerte que no había nadie detrás de ella, porque duró un rato convenciendo a la chica:

-Buenas tardes señorita. Quería solicitarle una información- le preguntó con un tono que rondaba entre lo tímido y lo misterioso.

-Sí, dígame en qué puedo ayudarla- le respondió, llena de curiosidad. Normalmente la gente ni la saludaba, sino que simplemente le decía que iba a pedir, o le preguntaba cosas relacionadas con el café.

-Si yo te solito los datos de un cliente, ¿Tú me los podrías dar?

-¿Cuáles datos?

-Los que se dan para la elaboración de las facturas.

-Señorita, lo siento, esos datos sólo son para fines fiscales- le explicó, un tanto extrañada.

"Lo imaginé", pensó ella.

-Mira, lo que pasa es que ayer vino para acá alguien muy importante para mí, alguien a quien le perdí la pista. Necesito encontarlo de nuevo, y lo único que se me ocurrió fue pedir los datos de la factura -hizo una pausa-. Creéme que si no fuese tan vital, no te pondría en este aprieto.

La muchacha se mordió el labio, sin saber qué hacer. Estaba clara de cual era su "deber ser", pero de alguna manera, sentía empatía por esa mujer que le pedía un pequeño favor. Se debatía internamente sobre lo que le respondería.

-Pida cualquier cosa, y siéntese. En un rato, yo le mando la información. Déjeme anotado por aquí su número de identificación, y yo le doy el teléfono, ¿Le parece?

Ella no pudo evitar sonreír ampliamente.

-¡Claro! Gracias muchacha, no sabes el favor qué me has hecho.

Pidió algo sencillo, y se sentó a esperar que la chica le enviara... ¿El teléfono? ¿La dirección? ¿Que le iría a dar?

Intentó tomar un poco de pausa mientras sorbía pequeños tragos de café, pero debía confesar que la ansiedad la estaba matando. A los 10 minutos de estar ahí, una mesonera se acercó con una servilleta, se la entregó y se marchó antes que ella le diese tiempo de darle las gracias.

Temblorosa, abrió la servilleta, y entre sus pliegues se encontró unos números garabateados. Le había dado el teléfono. Miró a la cajera desde la distancia, y le dijo "gracias", de manera que ella le leyera los labios. Ella lo comprendió y le respondió con un simple guiño.

Se levantó, y se fue feliz, con el número entre sus dedos, ansiosa de llegar a casa, descolgar el teléfono y llamar.

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