domingo, 6 de junio de 2010

Un cigarrillo

El olor a cigarro fue lo primero en despertarme ese día... Ya no sabía qué hora era. Desde que había cerrado las persianas hace... ¿Días? ¿Horas? Había perdido la noción del tiempo. Las colillas se amontonaban en una taza que alguna vez tuvo café adentro, y ni hablar de los platos en el fregador...

Se había ido... Así, sin más, sin mayores explicaciones. En realidad, debo sincerarme, creo que no fue el olor del cigarro lo que me despertó ese día: fue el aroma de su ausencia. Ya no estaba...

Desde que descubrí que no estaba, mi vida se había paralizado. Comencé a revisar el apartamento a ver si había dejado alguna huella, pero nada... Era como si hubiese decidido a barrer su presencia de mi vida.

Al tiempo, encontré una señal: Mis nudillos estaba rotos y sangrantes. ¿Cómo me había hecho eso?

Tratando de recordar, me tomé un trago de whiskey seco, directo de la botella (a veces no bebemos para olvidar, sino para revivir).

¡BAM!

Encontré la razón... Mi puño tuvo un encuentro cercano con su cuerpo... Uno en la cara, uno en los brazos... La punta de mi pie besó su abdomen... Y no, no era la primera vez...

Al fin decidió irse, alejarse de mí, de mis vicios, de mis locuras, de mis múltiples "yo"... Supongo que sólo amaba uno de ellos y no el resto...

En realidad, muchos cigarros después logré comprenderla. Había matado su determinación a guantazos...

Sólo me quedaba fumarme el cigarrillo de la frustración de saberme perdido en el mar de mí mismo, sin encontrar ningún salvavida a la vista.

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